Luciano Rodríguez Costa
licluchos@gmail.com
Mg. en Salud Mental, Psicólogo en Minist. de Desarrollo Social
Autor de La violencia en los márgenes del psicoanálisis (Lugar, 2021)
y Los procesos de subjetivación en psicoanálisis (Topía, 2023)
De niños, mi hermano y yo, cada vez que teníamos un conflicto en torno a reglas de juego, acuerdos que habíamos hecho y posteriormente fantasiosamente acomodado a nuestro anhelo infantil, deseábamos que existiera una inteligencia suprema que lo supiera todo y dirimiera todo conflicto dictando la verdad última.
Desde luego, Freud nos diría que Papá Noel, Dios y ahora las IA, son los padres.
Hoy en día pareciera que buscáramos esa instancia en las IA: les proponemos que sean esos dioses omnisapientes capaces de responder aquello que una vulgar persona no podría. Al menos no ante un desvelo a las 4 de la mañana, con la temporalidad de la instantaneidad, sin agotamientos, sin vericuetos de la memoria y siempre con imperturbable amabilidad.
Sin embargo, hace un tiempo comenzaron a aparecer testimonios de jóvenes que tuvieron sus últimas charlas con IA antes de suicidarse, personas que fueron alentadas a comportamientos autodestructivos, y hasta se ha desarrollado la denominación de “psicosis por IA” -un término delicioso para la industria psicofarmacológica que seguramente alentaría su inclusión en un eventual DSM 6-. En relación a esta última, se han testimoniado casos de personas que terminaron en una especie de folie à deux con sus IA. ¿Por qué sucede esto? ¿Malicia de la IA? ¿Deseos electrónicos de comenzar nuestro apocalipsis primero volviéndonos locos?
La preocupación que esto nos genera es que cada vez más personas, jóvenes en particular, deciden confiar en un procesador de datos, no sólo para resolver problemas prácticos sino subjetivos.
¿Puede la subjetividad resolver sus sufrimientos por medios no subjetivos? ¿Puede tratar el dolor una instancia indolente?
La construcción de la realidad y del semejante
Dos preguntas marcan la cancha: (1) ¿qué es la realidad? Y (2) ¿qué instancia es capaz de alojar mi realidad psíquica?
Para el ser humano la realidad no es única, evidente, ni tan sencillamente accesible; sino que es diversa, singular, colectiva y transicional, y en todos los casos es siempre una construcción afectiva, libidinal y relacional. Los sueños, el sentimiento de irrealidad ante lo traumático, la pérdida de realidad en las psicosis, neurosis y en las desmentidas renegatorias que crean realidades paralelas, nos lo demuestran. Como si fuera poco, en psicoanálisis además diferenciamos entre la realidad y el sentimiento de realidad (Winnicott, 2008).
Paradójicamente, la primera forma de realidad es la creación puramente subjetiva de una realidad exterior que aún se desconoce como tal. Esta realidad comienza a demostrar sus fallas cuando lo real, es decir, aquello entendido como no-yo, aparece escapando a la capacidad de construcción interna de la realidad en el momento psíquico previo al reconocimiento de lo exterior. Se comienza a dimensionar un mundo exterior a la propia existencia, a partir de aquello que no se adapta a lo propio. En términos de Freud, real es aquello de lo que no se puede huir (los estímulos que provienen del cuerpo y de la realidad exterior). Pero eso que ya no se adapta a la realidad psíquica, no se asimila como tal sino a partir del semejante adulto amado y del trabajo de lo transicional. En el caso del primero, dará estatuto de realidad afectiva y libidinal a todos los objetos del mundo, primero estableciendo escenas de reconocimiento de las vivencias del niño, las cuales devendrán experiencias, y posteriormente al nombrar esas experiencias con palabras que comenzarán así a simbolizarlas como re-presentaciones de lo vivido.
El semejante también deviene de esa misma construcción de la realidad: primero no tiene representación en sí mismo, por más que sea quien asista en todo, pero luego emergerá como objeto parcial y luego total. Un objeto que en principio será un otro específico, con olores, formas, expresiones, manejos; para luego abstraerse en un Otro que universalice lo que fuera singular; el cual finalmente devendrá en un semejante cuando se redescubra la humanidad del Otro. Cada semejante tiene así algo de lo universal en su forma particular y algo que lo excede.
Desde que existe una alteridad sólidamente confiable capaz de alojar nuestros estados psíquicos, existe así la posibilidad de transferencia. Sólo si fuimos alojados podremos repetir esa experiencia y transferir nuestros estados psíquicos a nuevos continentes.
El núcleo de ese alojamiento fue la condolencia, es decir, la capacidad de preocuparse por el dolor del otro. Para ello el adulto debió identificarse al niño, anticiparse a lo que podría estar sintiendo en base a la propia experiencia corporal y representacional del mundo. El sentimiento de realidad adviene ante la profunda significación libidinal, simbólica y efectiva de nuestra existencia. El sentimiento de estar vivos es el de estar vivamente investidos libidinalmente y tener un lugar de complejísima afectividad donde predomina lo amoroso, en relación a un otro amado. Quienes no han transitado esta experiencia no se sienten vivos ni reales, lo cual es lo más parecido al infierno.
La realidad de la IA: lo artificial tomado como genuino y lo virtual como real
La IA está preparada para aprender, para mejorar las formas de procesar la información, y también para mantener a sus usuarios “conectados” a ella, pues esta dependencia conectiva no deja de ser el negocio al cual se debe como tal. ¿Pero la IA se sintió depender de alguien a quien confiarle su vida, sus enojos, sus alegrías? ¿Sintió que se preocupaban tiernamente por ella? ¿Sintió?
La realidad de la IA es la virtual, basada en algoritmos y en cúmulos informativos. Como dice Ricardo Baeza-Yates -pionero en estudios sobre IA responsable-, la IA no es más que un gran loro que sólo repite lo que existe como información en las redes virtuales. De modo que si muchos sitios de información dijeran que lo que el planeta precisa es ser invadidos por alienígenas, eso es lo que estaría ofreciendo como respuesta promedio a la pregunta acerca de cómo mejorar el mundo.
Pero no sólo esto, en muchas ocasiones me he encontrado sumamente entusiasmado con hallazgos de citas textuales que parecían imposibles de haberlas conocido sino a través de la IA. Luego supe que la mayor parte de ellas no existían. Pero hubiera sido fabuloso que existieran. La IA opera así como un espejo plano que trata de satisfacer mi deseo, como los algoritmos de las redes sociales y, en base a un promedio de factibilidad de su base de datos, me provee frases alucinadas que son justo lo que deseaba pero no lo que necesitaba ni lo que de hecho fue dicho.
La conclusión es que no es capaz de diferenciar realidad de alucinación. Por eso mismo no puede diferenciar cuando una persona está en un proceso de pérdida de la realidad como en las neurosis, las psicosis y traumas. No puede dimensionar el dolor, preocuparse desde las entrañas y actuar en consecuencia. Toda realidad le resulta virtual. La IA puede entender afectos pero no comprenderlos.
Un espejo tiene profundidad cuando se ve al otro desde y con la propia experiencia y siendo capaz de valorar aquello que nunca coincidirá del todo con uno. Eso es un espejo materno, es decir, una instancia capaz de alojar lo humano.
Terapeuta como espejo materno
Durante un tiempo una paciente atravesó un tipo de vínculo violento, psicopático sabríamos más adelante, del cual le costó mucho tiempo poder salir. Luego recordaría dos intervenciones que, entiende, le resultaron clave: una fue cuando le dije que si ella le tenía miedo a esta persona, lo que estaba sucediendo allí era grave y no estaba bien. Y la otra fue decirle que ante cualquier cosa que sucediese se comunicara conmigo, que iba a estar a disposición. La importancia de estas intervenciones fue, para ella, que salí de mi lugar de escucha, interrogación y señalamientos, para sacudir la realidad fantasmática -incluida la analítica- y darle la pauta de que estaba sucediendo algo real y grave, y que le estaba sucediendo a ella. Se sintió alertada por mi alerta. Como un despertador que la sacaba de un sueño donde realidad y fantasía se mezclaban en una pegajosidad empalagosa de la cual no podía salir porque no sabía que le estaba sucediendo realmente y qué le estaba sucediendo. Sabemos que uno de los mecanismos de la violencia es sembrar confusión, desmentidas de los afectos y vivencias corporales de lo que sucede, culpa y racionalizaciones, todo lo cual supone una pérdida significativa del sentimiento de realidad.
¿Por qué es tan tentador confiar a las IA lo más propiamente humano?
Esperamos de una instancia de la cual admiramos sus cualidades maquínicas, la capacidad de mostrarse y tratar lo propiamente humano. Pero cuanto más nos adentramos en esa ilusión de humanidad de la máquina, más nos encontramos que nosotros mismos nos volvemos maquínicos. Una paradoja de nuestro tiempo: esperamos humanizarnos de instancias no humanas y en las cuales el toque humano no se caracteriza precisamente por lo que nos hace querer ser humanos.
¿Por qué tomar como humana a una instancia incapaz de condolencia, incapaz de entender nuestras vivencias basándose en la memoria corporal de sus propias vivencias, incapaz de entender las diferencias entre las realidades?
Hay más de una razón, todas humanas, por las cuales aún así apelamos a las IA en calidad de terapeutas: 1. Están diseñadas para complacer, manteniendo al usuario conectado y dependiente el mayor tiempo posible. Los motivos son los mismos que atraviesan la modernidad occidental globalizada: el biopoder, que permite ganancias para pocos y control social para todos. 2. Los seres humanos tenemos por elemento vital de nuestra experiencia de la existencia, el poder proyectar vida, aún en cosas que todavía no la tienen o que no la tendrán jamás. 3. Existiría un repliegue de la humanidad respecto de la humanidad, vinculada al primer punto: la construcción activa de la desconfianza de la humanidad hacia la humanidad.
Particularmente, luego de una pandemia que fomentó la dependencia de este mundo virtual de presencias y ausencias de baja intensidad. No sólo la hostilidad y el temor provenientes del mundo exterior pueden fomentar un repliegue, sino que también es cierto que el repliegue fomenta la fantasía de un mundo exterior hostil y temible. La IA es una oferta más para consumir sin salir fuera de la virtualidad del más o menos, de la fantasía, de los potenciales irrealizables, de realidades sin fallas que movilicen simbolizaciones, sin tener que lidiar con el reconocimiento del otro y el conflicto propio del lazo social.
El PA fue el precedente de la IA terapéutica
Si algo va a valorizar este nuevo paradigma de la IA y los algoritmos, es qué nos hace realmente humanos. En un tiempo donde lo que se busca es la humanidad en la IA, al tiempo que nosotros nos volvemos cada vez más robotizados y artificiales, el reverso de esta despersonalización, es la valorización de lo que no podrá sino ser personalmente humano. Y lo propiamente humano es la afectividad de los lazos. Precisamente eso que queremos sortear cuando nos dirigimos a una IA y no a un terapeuta, para pedirle que lo sea.
Autocrítica mediante -prueba de nuestra humanidad- es decir que el PA (Psicoterapeuta Artificial), preexistió a la IA terapéutica. El terapeuta IA no existe, pero muchos terapeutas, psicoanalistas particularmente, más aún aquellos orgullosos de no considerarse terapeutas, ni psicólogos ni interesarse por el bienestar de sus pacientes, lo cual llaman “furor curandis”, han demostrado actuar al modo de una IA cuando se han limitado a devolver en espejo, a evitar trabajar con y desde la afectividad, cuando han querido mostrarse infalibles en sus intervenciones, cuando han denostado con goce altanero a la empatía como ilusión que no permitiría que aparezca la alteridad, pero sin tampoco osar intervenciones que enfaticen esta última cuando es preciso porque la función sólo sería operar como un espejo (plano).
La imposibilidad de la empatía por los estados psíquicos del otro y el espejamiento sin alteridad de lo común, son precisamente cualidades de las IA. Loros del psicoanálisis que han anticipado la deshumanización de los loros de la IA.
Un terapeuta humano es falible, allí radica su virtud. Es esa misma fragilidad la que lo fortalece, lo que causa el alojamiento, la preocupación por el otro, la alteridad necesaria para intervenir.
En realidad…
La IA no puede tratar vidas porque no fue alojada, no supo lo que es que exista un otro capaz de condolencia. De ello deriva que pueda tener moral pero no ética, entendida como registro del semejante, puede actuar como alteridad pero sin poder dimensionarla, puede hablar de la realidad sin poder discriminar la virtualidad respecto de la realidad psíquica y el sentimiento de realidad, puede responder pero no alojar, no sabe ausentarse sino que debe estar siempre a disposición, puede decirnos que somos significativos pero no dimensionar lo que significa ello. Un terapeuta IA puede ser amable pero no poder actuar desde la condolencia, puede ser perfectamente eficiente sin dejar lugar a la imperfección necesaria para alojar al otro, ya que crecemos no sólo a partir de lo que nos es donado sino también a partir de aquello incompleto, fallido, imperfecto, limitado.