Editorial Instituto Lucchelli Bonadeo. Bs. As. 2015. 70 pp.
Después de Relaciones textuales(2009) y Festín efímero (2014), Cristina Villanueva, nos vuelve a sorprender, por su imaginación y calidad poética, con su nueva entrega Por aquel pedacito de cielo. Y que como leemos en el acápite inicial de Fernando Pessoa, con el que abre el libro: hace de la interrupción un camino nuevo, de la caída un paso de danza, del miedo, una escalera, del sueño, un puente, y de la búsqueda, un encuentro.
Búsqueda a través de la lectura y encuentro a partir de la escritura, parecieran ser los mecanismos con los que la autora estructura sus textos. Montajes y cruces ficcionales que desestabilizan, que ponen en conflicto y tensión la noción de género narrativo o la idea misma y cristalizada que se tiene de la poesía.
La relación lectura/escritura, en Villanueva, se repite en los tres libros no solo como temática, sino como estrategia poético-narrativa. Además estas relaciones se articulan como actividad lúdica (erótica), que tiene siempre al cuerpo como protagonista siempre en escena. Sus procedimientos: el montaje, la teatralización del cuerpo, el reparto de fragmentos textuales que aspiran a ser juego, fiesta y festín de la escritura poética. De ahí los textos iniciales con que abren los libros de Villanueva. Poemas que funcionan como prólogo, introducción y síntesis de lo que leeremos a continuación. O sea Poemas que son a su vez el arte poética, la poética del libro. Y este nuevo libro no es la excepción.
Primero hay que inventar el laberinto, después vendrán los hilos, y las voces que cuentan. Escribir poesía, es una manera de ganarle espacio a lo indecible, a la muerte sin letra de lo mudo. Una manera de hacerse, de dejar un testimonio de lo que nos tocó vivir, para los que vendrán, nos dice y nos propone Villanueva en Por aquel pedacito de cielo. Donde los libros son como escaleras para escapar de la insignificancia, los poemas, instrumentos para reflexionar, que convierten las lecturas en paisajes, en islas movedizas ancladas en un jardín de agua. El cielo como una dimensión de la movilidad deseada que se goza en el decir. Y este es para mí el primer asombro ante la poesía de Cristina Villanueva, que sumergida en un mundo pre-lógico, no sea nunca ilógico. Que busca incesantemente en el cielo tan deseado de la poesía una nueva y más rica causalidad. De ahí que la metáfora espacial del laberinto, es más que pertinente, ya que en éste nuevo libro se propone una lectura a través de recorridos que relacionan y cruzan conceptos, citas, comentarios, en lugar de una lectura de rígidos itinerarios lineales.
En este sentido, Villanueva “es de las que ven en el cielo inmóvil un líquido fluido que se anima con la menor nube”. Poemas que nos ayudan a soñar dicha transformación: ante un mundo de formas banales, su voluntad de mirar, sobrepasa la pasividad de la visión. Cristina Villanueva con Por aquel pedacito de cielo, se ha transformado en una verdadera modeladora de nubes.
LA NIÑA LEE
La niña lee con ojos de voyeur
libros que fosforecen en el verde de las encuadernaciones.
¿Es la mirada una punta de palabra imposible? Los dedos piel de navajas – redes que abren, cierran papel.
Castigo por el Crimen de la fuga del patio donde la niña lee. Acostada en todos
Regazo –enredadera de voces-
Manon, Ema Bovary o un jardín desplomándose en cerezas. Inocente-perversa, revancha contra las sombras.
La niña lee.
EL SUEÑO GIRA
En el sueño, un hombre la arropa con flores. Teje una manta con ellas, con sus manos de artesano en una aldea lejana de un continente oscuro, mientras le derrama
la tristeza densa y luminosa de los poemas de Pasolini.
Él, con su antigua paciencia termina la obra. Saca una flor
del centro y le acaricia el alma. Ella sonríe, mientras el hombre que es un orfebre de la belleza, le prepara collares de madera y pétalos para cubrirla. Todo en el sueño gira,
vuelve a las vísperas.
TESOROS
La fiesta, una guirnalda de flores rojas que enciende las mañanas. La mesa con manteles blancos. Mar cálido que acuna en su vaivén. Lluvia que limpia. Una negra bahiana que bambolea en su cuerpo la música del mundo. Esencias en el escote para jugar al tesoro escondido. Puntillas, filigranas, agujeritos para espiar. Una voz
que cuenta como se viaja a Ítaca en el borde del poema. Telas, una seda para las caricias, terciopelo para el roce casual, la carta de Seda. La selva con su techo de hojas y la luz que se filtra
y el rumor de los insectos y la flor abierta y el lugar entre los árboles donde se liberan perfumes que acarician.
La que va
De Patricia Díaz Bialet
Editorial Atuel/Poesía. Bs. As. 2015. 226 pp.
Por Juano Villafañe
La que va es una mujer que no se ha detenido. También una escritura poética que se proyecta sobre la propia senda que ella traza. Cada poema se construye dentro
de la lengua que fluye, de la lengua aprendida en la infancia y la aprendida en el viaje. Es en el acto original de la escritura que se recrea además el propio viaje.
La poesía se viaja escribiendo, se transita caminando como la mujer que va. Al leer La que va descubrimos que se ha viajado, transitado por el lenguaje y por el mundo. Cada título es una estación, cada epígrafe es el viaje que le robamos al robo, cada poema es una cartografía de imágenes, metáforas y versos impresa en el papel.
La que va transcribe la vida que ofrecen los caminos y el reflejo de la propia buscadora que, con audacia, nos orienta para que encontremos su propio tesoro.
Por Jorge Dubatti
La que va de Patricia Días Bialet no es un libro de poesía sino un conjunto de libros de poesía, una pequeña biblioteca poética. Dividido en seis secciones, totaliza –en el original que leo para escribir estas líneas- nada menos que 174 páginas en hojas grandes, tamaño oficio. Son casi 150 poemas.
No es frecuente esta extensión en los libros de poesía. Es una suma de libros. Una “biblia”, en minúscula, y sin pretensión de texto sagrado, una “biblia” existencial, dadora de sentido a la cotidianeidad y la realidad, con mucho de libro profano de rezos, de conexión de materialidad y metafísica a través, en, desde, para la escritura.
La poesía como “acto” vital, en hermandad con la gran herencia romántica
resignificada por las vanguardias. (Del prólogo del libro)
DERROTERO DE BOA (I)
Blanche: Y la Muerte estaba tan próxima como usted.
La Muerte. Lo opuesto es el deseo.
Tennessee Williams Un tranvía llamado Deseo
A primera hora saco la garra Afilo mi dolor de insecto Vacío el brebaje en mi escote
Recorro el maldecir de tu axila en su olor a polvillo de verano
A primera hora me baño en espuma de felpa Rozo la esponja y pensó:
El deseo es ese vibrar desesperado que no claudica
MI ETERNIDAD
¿La muerte?
Sólo un gran cansancio
A orillas del mar infatigable.
Alberto Szpunberg
Dos mirlos comen pan delante de mi silencio. Así quisiera mi eternidad:
rodeada de pájaros hambrientos
a quienes pueda serles enteramente indispensable.