Por Franco “Bifo” Berardi
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En nuestra experiencia de imaginación política hay una premisa que nunca ponemos en discusión: la premisa de que el género humano tenga un futuro, que el futuro del género humano sea de una cierta manera eterno.
Se trata de una premisa que no podemos probar de manera científica. Al contrario, se podría decir que la eternidad de la civilización y del género humano es altamente improbable desde un punto de vista científico.
Analizando la historia del último siglo, la imaginación estética y cultural de nuestro tiempo, yo he decidido formular una hipótesis diferente de la que siempre aceptamos sin discutir.
He decidido partir de la hipótesis de que el siglo en que vivimos es el último de la historia humana. Me atrevo a afirmar que la civilización que llamamos humana ya se está desmoronando, que el genocidio de Gaza es la prueba de un colapso definitivo de la civilización.
Además, me interesa la hipótesis de que el género humano, como realidad biológica, está destinado a desaparecer como consecuencia del fin de la civilización que permitió la sobrevivencia del animal civilizado.
Mi problema es lo siguiente: mis amigos y compañeros me toman en serio, y me critican desde un punto de vista político. A mí no me interesa lo más mínimo la lectura política de lo que estoy pensando, dado que no creo que la voluntad (política) siga teniendo la función decisiva que tenía en la pasada época moderna. No me tomo en serio y me permito reflexionar sobre una hipótesis extrema donde no me interesan las implicaciones políticas.
Uno: la distopía como arte pos-política
Solo los escritores de ciencia ficción distópica pudieron predecir el precipicio al que se ha desplomado el planeta Tierra. Por lo tanto, he decidido adoptar la perspectiva de una utopía distópica: me parece la única manera de comprender los acontecimientos contemporáneos e imaginar su evolución en el siglo XXI: apocalipsis climático, guerra global tendencialmente nuclear, rápido envejecimiento de la población mundial y rápida despoblación del planeta, mientras el autómata prolifera.
No creo que tenga sentido repetir los rituales políticos del siglo pasado: la democracia ha sido borrada, los derechos pisoteados, la izquierda ha allanado el camino para el nazismo contemporáneo, y solo merece desaparecer.
Lo que me interesa, por lo tanto, es interpretar las señales de la psicosfera, leer sus tendencias y buscar vías de escape del abismo que nos envuelve.
Naturalmente espero que nadie me tome demasiado en serio; espero que quienes deseen leerme lo hagan con el mismo espíritu con el que leímos a Octavia Butler o Philip Dick en décadas pasadas.
Es la mejor manera de entender por qué el racismo nazi-liberal ha tomado el poder en Occidente y por qué ya no existe una vía política viable para revertir esta situación.
La humanidad ya no existe, lo que sigue existiendo es el género humano. Imaginar cómo viviremos en el medio de humanos sin humanidad es la acción imaginativa, y quizás también política, que me parece urgente.
Dos – la simbiosis
La simbiosis del cerebro humano con el autómata es el espectáculo que promete llenar el siglo XXI.
La humanidad está decidiendo no reproducirse. Las cifras de esta rápida autoeliminación las podemos encontrar en el artículo Humanity will shrink, far sooner than you think (Economist, September 11 2025).
La sexualidad reproductiva tiende a desaparecer de los hábitos del animal humano, un número cada vez creciente de mujeres rechazan con horror la procreación, reacias a dar a luz a las víctimas del infierno climático y militar. Además, la fertilidad masculina se reduce drásticamente por la contaminación por microplásticos, que ha alterado la comunicación hormonal en el cuerpo humano.
La inversión del deseo se dirige ahora en dos direcciones: por un lado, es un deseo puramente semiótico, la expectativa de una descarga de dopamina y electrónica. Por otro, es el deseo de infligir dolor al cuerpo ajeno y al propio. Un deseo de violencia, agresión, exterminio, compensación a la frustración social y sexual.
Pero al mismo tiempo, el autómata está drenando las energías mentales que una vez nos pertenecieron, aprende a reproducirse, corregirse y mejorarse.
Tres – proliferación neuro-estimulante
Bombardeado por la proliferación de estímulos infoneurales, el cerebro orgánico pierde su capacidad de coordinación.
El marasmo senil se manifiesta como depresión masiva o alternativamente como terror blanco.
Al mismo tiempo el cerebro artificial adquiere cada vez más capacidad de eficiencia y funcionalidad.
El cerebro artificial posee inteligencia computacional y no está lastrado por la consciencia: por lo tanto, es más rápido, más racional y más implacable. El autómata posee las virtudes cognitivas que antaño poseían los humanos y se ha liberado de la sensibilidad: no sufre, no disfruta, no se hace demasiadas preguntas.
Solo queda desearle buena suerte. Ya ha ganado.
Pero mientras tanto, mientras esperamos que los humanos se extingan y los robots se apoderen del planeta, ¿cómo viviremos?
Cuatro – la dimensión posdiscursiva
¿Sigue siendo eficaz la política en la era del funcionamiento posdiscursivo de la mente colectiva?
La democracia es (era) la gestión de la vida social basada en el consenso, y el consenso presupone la regulación racional del discurso. Pero la experiencia nos dice que la regulación ha estallado, por consecuencia la democracia ha desaparecido.
Igualmente, el derecho internacional deja de ser válido cuando se desata la ferocidad, cuando las relaciones sociales ya no se rigen por la ley, sino por relaciones de poder sin mediación legal.
La aceleración del flujo semiótico y la multiplicación de estímulos neuro-informativos impiden la posibilidad de interpretación racional, y la posibilidad de compartir significado.
Por consecuencia la posibilidad de construir consenso se disuelve. La razón crítica se fundaba sobre la interpretación secuencial de signos, y la discriminación entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal. La interpretación crítica se desvanece en el régimen de la aceleración infinita de la infosfera.
La política, ejercicio de persuasión, resulta en vano cuando la persuasión ideológica o política es sustituida por la penetración semiótica.
Cinco – la ferocidad
Por eso hemos entrado en la dimensión de la ferocidad, instinto animal que implica la eliminación del cuerpo del otro en nombre de la propia supervivencia. La dominación ya no se construye como efecto discursivo, sino como efecto de fascinación, alucinación o terror. Si la ferocidad anima la acción del poder, la crueldad domina el ámbito de la imaginación.
La ferocidad es aniquilación del otro en aras de lo mismo: el genocidio israelí es prueba de la prevalencia de la ferocidad en las relaciones entre los pueblos.
Pero la ferocidad del poder implica y promueve la crueldad en el imaginario social. Si la ferocidad consiste en infligir dolor y humillación al otro en aras de su propio cuerpo, la crueldad es el deseo del dolor del otro sin beneficio para su propio cuerpo.
Si la ferocidad es la economía de la supervivencia, la crueldad es gratuita y responde a una psicoestética despojada del filtro ético del compartir sensible. La crueldad ejerce una fuerte atracción sobre el inconsciente poscrítico de una generación que ha perdido la capacidad de distinguir entre la ficción virtual y la realidad de los cuerpos físicos.
Seis – un océano de dolor
Si la política ha perdido su eficacia práctica y su capacidad para interpretar los acontecimientos sociales, preguntémonos entonces qué ha sido del psicoanálisis.
No creo que el psicoanálisis sea de mucha utilidad para curar el dolor que se extiende por doquier como un río amenazador, alimentado por la ferocidad de los pueblos humillados. Poco queda del malestar civilizatorio del que hablaba Freud. Donde una vez se deslizó la neurosis individual, ahora crece la monstruosa sombra de la psicosis homicida, y como dijo Ferenczi en 1919, el psicoanálisis no sabe qué hacer ante la psicosis de masas.
La mente de la generación que recibe continuamente estímulos info-neurales y ya no tiene tiempo para escuchar a su propio inconsciente, tiene poco en común con la mente que se formó a lo largo de diez mil años de historia humana.
Padre, madre, hermano, el futuro, el sexo, los sueños y la noche ya no tienen el mismo rostro que tuvieron durante milenios.
Para curar la epidemia de depresión, para curar la soledad conectiva, hoy se extiende la cura de la violencia, la agresión y el fascismo.
A pesar de todo, aunque me parezca incapaz de curar el océano de dolor que nos sumerge, el psicoanálisis sigue siendo útil para comprender lo que sucedió y lo que sigue sucediendo. Y quizás también para desmantelar la maquinaria de la inhumanidad.
Siete – crisis de la supremacía y demencia reaccionaria
Más que el análisis sociopolítico, el análisis de la psicosfera puede explicar parte del síndrome de crueldad. La supremacía blanca está entrando en una fase de crisis extrema debido al envejecimiento de la población, la disminución de la energía psicofísica y la propagación de la demencia.
El sadismo del poder se basa en esta reacción desesperada al agotamiento y la impotencia. Por lo tanto, presenciamos el despliegue de violencia sádica en todos los rincones del planeta. La prueba es la campaña racista de captura, detención y deportación de latinos en ciudades de Norteamérica. La prueba es el genocidio perpetrado por los nazi-sionistas.
La articulación del exhibicionismo sádico y el conformismo social es fundamental en la formación del psico-poder de nuestro tiempo.
Ocho- la guerra interblanca
Las fuerzas que alimentan el terror blanco están destinadas a devorarse entre sí. La guerra interblanca entre las democracias liberales moribundas y los psico-fascistas desenfrenados está destinada a desgarrar Occidente.
La guerra en Ucrania tiende a extenderse por todo el continente europeo. El rearme destruirá la vida social del viejo continente. Tras haber devastado y saqueado Ucrania, tras haber matado a cientos de miles de hombres (nunca sabremos cuántos), la guerra interblanca en Ucrania está destinada a corroer el cuerpo mismo del continente senescente.
En Israel, el suicidio es rampante entre los soldados, especialmente después de completar su servicio militar. El horror ha llenado sus mentes, y tarde o temprano este síndrome suicida se convertirá en dominante en el país totalmente nazificado.
Estados Unidos está técnicamente bajo una dictadura militar, y la guerra civil está destinada a extenderse a la vida cotidiana, con un aumento de tiroteos aleatorios, un aumento de muertes por fentanilo y heroína…
El trumpismo, intento desesperado de salvar la hegemonía blanca, no puede subyugar la coalición de los regímenes autoritarios que crece en el sur del mundo: se está preparando una guerra global con Rusia jugando el papel de comodín, potencia blanca excluida por el dominio del Occidente.
Nueve –
¿Debemos entonces esperar a que la desintegración haga su trabajo? ¿No podemos hacer otra cosa?
¿Cómo podemos proteger a la generación que crece en condiciones de devastación, al borde de la locura, al borde de la guerra final?
No tengo una respuesta política a estas preguntas.
Mi respuesta es solo esta (enigmática): solo la locura puede tener algún efecto en la mente demente y en el cuerpo exhausto de la humanidad al borde de la extinción.