Ir al contenido
  • Inicio
  • ¡Extra!
  • Revistas
    • Revista #51
    • Revista #50
    • Revista #49
    • Revista #48
    • Revista #47
    • Revista #46
    • Revista #45
    • Revista #44
    • Revista #43
    • Revista #42
  • Secciones
    • Clínica
    • Subjetividad
    • Sociedad
    • Erotismo
    • Arte
    • Autores
    • Libros
    • Entrevistas
    • Videos
  • Staff
  • Archivo
    • Revista #37
    • Revista #36
    • Revista #35
    • Revista #34
    • Revista #33
    • Revista #32
    • Revista #31
    • Revista #30
    • Revista #29
    • Revista #28
  • Inicio
  • ¡Extra!
  • Revistas
    • Revista #51
    • Revista #50
    • Revista #49
    • Revista #48
    • Revista #47
    • Revista #46
    • Revista #45
    • Revista #44
    • Revista #43
    • Revista #42
  • Secciones
    • Clínica
    • Subjetividad
    • Sociedad
    • Erotismo
    • Arte
    • Autores
    • Libros
    • Entrevistas
    • Videos
  • Staff
  • Archivo
    • Revista #37
    • Revista #36
    • Revista #35
    • Revista #34
    • Revista #33
    • Revista #32
    • Revista #31
    • Revista #30
    • Revista #29
    • Revista #28
  • Inicio
  • ¡Extra!
  • Revistas
    • Revista #51
    • Revista #50
    • Revista #49
    • Revista #48
    • Revista #47
    • Revista #46
    • Revista #45
    • Revista #44
    • Revista #43
    • Revista #42
  • Secciones
    • Clínica
    • Subjetividad
    • Sociedad
    • Erotismo
    • Arte
    • Autores
    • Libros
    • Entrevistas
    • Videos
  • Staff
  • Archivo
    • Revista #37
    • Revista #36
    • Revista #35
    • Revista #34
    • Revista #33
    • Revista #32
    • Revista #31
    • Revista #30
    • Revista #29
    • Revista #28
  • Clínica
  • Revista #48

El deseo de reconocimiento previo al reconocimiento del deseo.*

Hace poco se puso de moda el comprar un kit de supervivencia por si se iba la luz, a raíz de que Austria lo recomendará a sus ciudadanos. Así que las velas desaparecieron de los supermercados y un fenómeno, similar al del papel higiénico durante la pandemia, recorrió Europa. Y uno se pregunta para qué querríamos tantas velas o tanto papel cuando llegué la emergencia.
  • Pablo J. Juan Maestre

Por Pablo J. Juan Maestre

pjjuanm@gmail.com

Todo lo poseíamos, pero nada teníamos, íbamos directamente

al cielo y nos perdíamos en sentido opuesto.

Historia de dos ciudades.

Charles Dickens

El kit de supervivencia

Hace poco se puso de moda el comprar un kit de supervivencia por si se iba la luz, a raíz de que Austria lo recomendará a sus ciudadanos.

Así que las velas desaparecieron de los supermercados y un fenómeno, similar al del papel higiénico durante la pandemia, recorrió Europa.

Y uno se pregunta para qué querríamos tantas velas o tanto papel cuando llegué la emergencia.

Qué hago yo con papel y velas pero sin agua, sin comida, sin medicinas y, sobre todo, sin los otros. ¿es que tengo que hacer acopio de todo eso solo? ¿para cuánto tiempo?  ¿me merece la pena?

Creo que una sociedad ha perdido el norte cuando propone a sus ciudadanos soluciones individuales a problemas globales. No se puede luchar individuamente, no vale el sálvese quien pueda, no tiene ningún sentido.

¿Haremos un búnker, lo equiparemos y pasaremos años metidos en él? ¿qué sentido tiene la vida así y allí?

Es como si se culpara a los individuos por no ser capaces de sobrevivir por sí mismos, ante la avalancha de despropósitos globales que vamos padeciendo. Trauma acumulativo en palabras de Masud Khan.

Y, mientras tanto, esperando a Godot, que venga y nos salve con su venida sin hacer nada nosotros, más que, permítanme la expresión, idioteces y tontunas del calibre de las velas y el papel.

Elijo empezar así este trabajo para mostrar, de entrada, que las salidas de lo traumático no pasan solo por la respuesta individual y que vivimos en un mundo complejo que nos deja la “solución” en nuestras manos.

Y, del mismo modo que lo traumático no se constituye sin la anuencia de otros, al menos dos más, según lo mostró Sandor Ferenczi, luego lo veremos, la salida no se puede dar de manera individual.

Y es que para ello lo primero que se precisa es el reconocimiento del otro, que Ferenczi propugno, como previo a cualquier trabajo que merezca arrogarse del termino de analítico.

Ferenzci vino a señalar como es nuestra responsabilidad, y nuestra ética permitir que el sujeto, traumatizado, no vuelva a retraumatizarse en el primer encuentro con nosotros, sus analistas. (Ferenzci 1932)

Él habló de que hacen falta tres para componer un trauma: la víctima, el abusador y un tercero, el testigo, que deslegitima a la víctima y no la escucha, propiciando que esta quede sumida en confusión y parálisis, siendo ese tercero el verdadero perpetrador del trauma, el que propicia la desaparición del sujeto, de su credibilidad y autoría.

¿Y quién es el tercer término de la ecuación en lo que nos convoca? Nosotros somos ese tercer término de la ecuación. Y nuestra es la responsabilidad de ello.

Pero vayamos un poco más despacio, volvamos al principio.

No mirar y mirar

Hace unos días me preguntaban si había visto como caía la valla sobre aquel chico que murió, o si vi ese otro vídeo de uno que dispara a otro a bocajarro, o si he visto tal o cual despropósito grabado en directo y repetido hasta el hartazgo. 

Y, no, nos lo he visto y, si puedo evitarlo, no los veré.  No pienso mirar escenas de horror como si fueran películas a ver mientras se comen palomitas, no, el horror no puede transmitirse de esa manera, como si no pasara nada, como si no importara nada o precisamente para que nada importe.

Todo esto empezó, hace ya muchos años, en la retransmisión de la guerra de Vietnam, primera guerra en directo, y tuvo su culmen el día del directo del espectáculo mundial de la caída de las Torres gemelas.

A partir de ahí ya se abandonó cualquier pátina de pudor que nos pudiera quedar y la visión de todo está permitida, todo se puede mostrar, es más, todo se DEBE enseñar, ver y mirar.

Desaparecido el pudor, ya nada queda oculto a los ojos, todo se puede y debe mostrar. Pero si todo se puede mostrar, si todo se debe mostrar, nada entonces merecerá la pena como parte de la intimidad.

Y no, las imágenes violan la intimidad que las palabras visten.

Las imágenes desnudan de vergüenza, de pudor, de pudicia, de honestidad lo que nos rodea.

Las palabras, sin embargo, visten, son honestas, amparan, acompañan, permiten pensar, ayudan a ello, discurren por el pensamiento permitiendo resonar con el propio, mientras que las imágenes, y más las traumáticas, dejan mudo, aterrado, entontecido, ateridos, del frio que provocan con su impudicia.

No, no es lo mismo, ver es instantáneo, leer y oír las palabras requiere compartir un código lingüístico y ético, una cultura, un pensamiento, un tiempo y un espacio que la visión hace instantáneo y, muchas veces, traumatizante.

No me esperen para ver imágenes del horror, hablemos de él si quieren, hagamos juntos un relato que nos permita entender, pero no me esperen comiendo palomitas para ver el fin del mundo como espectáculo.

Hablemos, tenemos que hablar

Me alejo así de la terapia de exposición a la que nos parecen tener sometidos y comparto la doctrina del shock que dice que cuanto más aterrados nos consigan tener, más fácilmente adoptaremos las medidas que nos propongan por insanas que estas sean. Y no, no hay que ver a los pacientes tomando de ellos la impresión diagnóstica inicial ¿visual? que nos provocan en un primer momento tampoco, solo permitiendo un reconocimiento y entrando en dialogo podemos entender qué les aqueja.

Seguiré con dos ejemplos del cine actual.

Mientras la película “No Mires arriba” usaba la negación como defensa infantil, “Nop” usa también la metáfora de la medusa pero, esta vez, para avisarnos de que participar del espectáculo es entrar a formar parte de una rueda mortífera de la que no se puede escapar.

Mirar se ha convertido en hacerse partícipe de un espectáculo que nos llevará a convertirnos en piedra. Por ser tan dañino podemos pensar el espectáculo de lo visual como pornográfico, en el sentido de querer hacer pasar por normal lo que es únicamente objetalización del otro.

No podemos mirar impunemente palizas, derrumbes, accidentes, asesinatos, bombas explotando, como si fuera lo más normal del mundo, así como no podemos mirar pornografía pensando que esa es la forma en que se relacionan normalmente los humanos en la intimidad de sus relaciones sexuales y amorosas.

Convertirnos en piedra es sinónimo de perder los sentimientos, las emociones, el componente afectivo de nuestras relaciones y sin ellos, sin los afectos y emociones, quedamos disociados, escindidos de la mitad de nuestra humanidad, en concreto de aquello que nos diferencia de las máquinas y los psicópatas.  

En ambos casos, la ausencia de pudor habla de una desvergüenza que nos deshumaniza. No mirar arriba, negar lo evidente, es tan impúdico como mirar sin sentimientos.

Por ello, mejor mirar arriba, mirar lo que nos rodea, no seguir negando la catástrofe climática que se nos avecina, que ya está aquí, que seguir mirando pornográficamente lo íntimo despojándolo del respeto y reconocimiento que nos debemos como humanos, si es que queremos seguir siéndolo.

Y a qué viene todo esto me dirán ustedes, ¿a dónde quiere ir a parar con esta reflexión más sociológica que psicoanalítica?

Es sencillo. Vuelvo a insistir con todo esto en que no podemos recibir a los pacientes y mirarlos como se les miraba en los primeros tiempos del psicoanálisis. Sería obsceno hacerlo. Mirándolos desde afuera, cosificándolos. La ausencia de pudor sería en este caso nuestra, al mirar el horror con los ojos del espectador que mira el espectáculo sin hacer nada al respecto, convirtiéndonos nosotros en testigos, cómplices necesarios, al reproducir una desmentida que retraumatiza y confunde. Y por otra parte, tenemos que mirar arriba y alrededor de estos pacientes y de nosotros, ellos vienen y viven en un ambiente determinado igual que nosotros, no surgen de la nada.

El niño del carretel y el del cordel

No podemos mirar a los pacientes actuales como si fueran pacientes de la época freudiana. El paciente de Freud, al decir de Jacques André (2010),  era el del niño del carretel, nuestro paciente es el niño del cordel de Winnicott.[1] (1)

Solo después de un arduo trabajo previo, ya lo decía Winnicott, podremos entrar a trabajar de manera fecundamente freudiana con él. Incluso si se tratara de un psiconeurótico el trabajo previo sigue siendo imprescindible.

No vale ya el me quiere seducir, me quiere impotentizar, quiere un amo sobre el que reinar, me quiere paralizar, me protegeré de todos sus envites y le mostraré el diván para que se enzarce con él y sea allí, en SU transferencia y no conmigo con quien resuelva sus cuitas. No.

El psicoanálisis de la sospecha debe dejar paso al psicoanálisis del reconocimiento. ¿Y cómo hacer para que la sospecha deje lugar al reconocimiento? ¿Cómo hacemos? ¿Cómo salir de eso?

De eso que se quejaba Margaret Little (M.Little 1995), de haber sido tratada como una sospechosa edípica, y de eso se podrían quejar también nuestros pacientes hoy día. De haber sido mirados caer al abismo sin pudor, de no haber sido mirados en sus catástrofes, en sus peligros, de no haber primado el “hablemos” sobre el “hable usted que yo le escucho”[2] (2)

Porque no siempre es así, no siempre el diván se atemperó adecuadamente y no se pudo llegar al establecimiento del dialogo analítico curativo. Porque en muchos casos para llegar ahí hay que realizar todo un previo que permita establecer la ausencia como categoría de lo representable y no como un abismo sin sentido. E incluso no podemos pensar que ese establecimiento nos exime del reconocimiento porque podríamos, en muchos casos, despertar viejos fantasmas dormidos.

Y es que las revoluciones no surgen por accidente, sino por necesidad, como decía Victor Hugo.

No es casual, ni accidental, que Freud diera el giro de los años 20, no es accidental tampoco que siguiera en dialogo con Ferenzci, incluso después de muerto este, y diese ese fructífero dialogo luz a Construcciones en psicoanálisis, en el que Freud vuelve a revolucionar, con su príncipe del psicoanálisis, de nuevo, la práctica, añadiendo teoría y nueva visión sobre la clínica.

El reconocimiento paterno

Pero no querría quedarme, ni querría ser entendido, como un promulgador de maternajes, al uso de una comprensión no psicoanalítica de las teorías de Ferenczi y Winnicott. No se trata de eso. No se trata de dejar a un lado el inconsciente y construir una teoría que nos permita obviarlo.

No. Winnicott lo dijo: Freud ya había dado las claves para el trabajo con los psiconeuróticos, el trabajo consiste en llevar a los pacientes hasta ahí, no hacerles entrar forzadamente que, como lo describía Margaret Little, resultaría para nosotros, como lo fue para ella, como ser envueltos en la tela viscosa y pegajosa de una gran araña, que nos atraparía para devorarnos al menor descuido.

No. Winnicott no puede ser reducido a eso, ni Ferenczi puede ser tomado como el que hablaba de lo intersubjetivo sólo, dado que su teoría de lo traumático convierte en intrapsíquico lo que comenzó siendo intersubjetivo, ampliando, por la disociación y la desmentida, el campo que luego retomaría Freud al introducir la escisión en el seno mismo del yo, y no solo en el del fetichista.

La originalidad de Ferenczi consiste en atribuir a la desmentida la vivencia del trauma:

“Lo peor realmente es la desmentida, la afirmación de que no pasó nada, de que no hubo sufrimiento (…) y es eso, sobre todo, lo que vuelve al traumatismo patogénico” como bien lo recuerda Jô Gondar (Ferenczi, 1931/1992 y En Ferenczi pensador político de Jô Gondar)

Por desmentida, se entiende el no reconocimiento y la no validación perceptiva y afectiva de la violencia sufrida. Se trata de un descrédito de la percepción, del sufrimiento y de la propia condición de sujeto de la persona que experimentó el trauma. Por tanto, lo que se desmiente es el sujeto, no el evento.

Y de eso es de lo que me gustaría continuar ahondando aquí, de la desmentida que del sujeto se hace cuando no hay un deseo de reconocimiento por parte del analista, deseo de reconocimiento que debe ser previo a la búsqueda del deseo del paciente. Si no reconozco a otro no puedo pedirle que reconozca su deseo.

Un aspecto este capital en la teoría de Ferenczi y en la praxis winnicotiana.

Winnicott y el reconocimiento

Ya hablé de ello en el congreso de la sección de psicoterapia psicoanalítica de Feap en Sevilla (Juan Maestre, Pablo J. 2019), antes de la pandemia, pero me gustaría ahondar un poco más en aquella vía.

Allí tomaba como ejemplo el caso de Winnicott que no tuvo la suerte de tener ese reconocimiento por parte de su padre – el episodio de la biblia que dejó en Winnicott con una dificultad de leer las biblias que se fue encontrando en su camino, incluida la obra de Freud, el episodio de la palabrota que le lleva a una expulsión del núcleo familiar hablan precisamente de ello-  y también el no reconocimiento de los padres con los que se fue encontrando en su camino: Ernest Jones, que se negó a tratarlo, Strachey que no le reconoció su originalidad con lo infantil y lo envió a Melanie Klein, esta misma que no le quiso analizar y le envió a una discípula suya, y le quiso, además, supervisar el caso de su propia nieta, cosa a la que Winnicott se negó, plantándose.

Una y otra vez se repite la misma historia, él pide un reconocimiento y el padre del momento, en lugar de acompañarle y permitirle una intimidad compartida lo manda a otro lugar, a los libros, a otro analista, a otro analista que le guíe con los niños y, por último, a una discípula y a supervisión.

Winnicott nunca fue atendido, ni reconocido como le hubiera gustado o necesitado, por los padres a los que acudió.

Es de este reconocimiento en el que quiero seguir insistiendo aquí.

Y, como ven, no me estoy quedando solo en el reconocimiento maternante que precisan esos pacientes carenciados y traumatizados que recibimos ahora.

No, estoy proponiendo que ocupar un lugar de reconocimiento es también ocupar un lugar paterno, en estos tiempos en que se habla tanto de la declinación de la autoridad y de los padres, del orden patriarcal y su decadencia.

El reconocimiento de modo paternal, o mejor de un modo igualitario si quieren. Porque no creo que de otra cosa se trate lo paternal, sino del reconocimiento de que el otro es tan humano como uno mismo, y eso es parte de lo fraterno e igualitario. (Más allá de la horda)

No otra cosa, creo, hacía el padre romano al levantar al hijo del suelo, le reconocía en su humanidad y en su derecho de sucesión, este que alzo es tan humano como yo. Ese es el reconocimiento del que hablo. No del reconocimiento del padre de la horda sino del de los otros padres.

Y les recuerdo con Freud que la primera identificación del sujeto es siempre con el padre, ¿cómo entiendo yo esa primera identificación? como la legitimación del lugar del sujeto en lo humano, como un ser humano.

Y ese es el reconocimiento que nuestros pacientes precisan.

Leyendo a Stephen A. Mitchell (1993) tuve la impresión que su mayor empeño fue siempre no ningunear al paciente, escuchar sus argumentos con la seriedad suficiente como para tomar en serio sus quejas y sus desvaríos, no otra cosa hizo Freud al principio, creo, con las histéricas.

Pues bien, ahora, de nuevo, se trata de lo mismo, de volver a escuchar, en serio, como por primera vez a nuestros pacientes. Siendo testigos de su relato, propiciando su reconocimiento y dando escucha y credibilidad a lo que no se puede decir si no es reconocido primero el sujeto.

Pero no desde una teoría cerrada y anquilosante sino desde un encuentro vivo que permita iniciar un juego (Winnicott) que abra la posibilidad de que lo neurótico se establezca con la suficiente salud y la suficiente energía.

Dos ejemplos al respecto del reconocimiento necesario de un otro:

Elvis Presley nació mientras su hermano gemelo moría. Dalí vino a ocupar el lugar de un hermano muerto.

La figura del doble parece ser evocada por estos desdichados que se pasaron la vida buscando el uno vivir por dos y el otro superar al hermano fallecido, y no siendo reconocidos en su completud inicial.

Toda su vida se sintieron de menos, mirados como parte de un todo y no como un todo completo. A estos dos les fue bien y a través de la salida creativa, como el mismo Winnicott, construyeron una vida, a otros puede no haberles ido tan bien.

Pasarse la vida compitiendo con un ángel resulta extremadamente agotador. No recibir nunca el reconocimiento de completad de la mirada de un otro significativo, deja con la sensación de no ser del todo, de no estar completo, de no ser del todo yo.

Bien es verdad que se me dirá que dicha completad es imaginaria pero sin ella algo queda sin llenar y el agujero debe ser tejido una y otra vez con otros mimbres.

En el caso de los dos ejemplos está claro el impulso creativo que los impelió a hacerlo, en otros casos habrá que estudiar como consiguieron no ser succionados por dicho agujero, o entender que lo fueran ante el déficit de esa completud que, aunque imaginaria fuera, preservaba lo suficiente.

Alguien que sea testigo de esa completud es necesario para que uno se sienta como tal. En los dos casos que nos ocupan está claro que tanto Priscilla como Gala funcionaron como suplencia de esa otra mirada. Y no me vengan con que su mirada de reconocimiento es materna confundiendo lo femenino con lo maternal, como se confunde siempre edipianamente la figura femenina con lo incestuoso, como hija, madre o hermana (Ricardo Rodulfo en Facebook).

En ambos casos se trata, siguiendo a Ferenczi, como bien lo muestra Jô Gondar, de transformar el terror, ese que destruye la capacidad de resistir, de actuar y pensar, haciendo entrar en shock a los sujetos y dejándolos paralizados y confundidos, transformar ese terror, decía, en miedo o angustia que, al menos, permiten hacer cosas con él.

Para ambos el terror quedó exorcizado temporal y parcialmente por el reconocimiento de sus respectivas parejas. Como lo quedó también para Van Gogh con la ayuda de su hermano, hasta que este tuvo un hijo al que llamó Vincent y el pintor se sintió dejado caer (Recalcati, Massimo. 2009). ¿Funcionó Claire Winnicott del mismo modo para Donald Winnicott? Testigos de ese reconocimiento permitieron que esas vidas tuvieran un recorrido y una creación subjetiva.

Y es que el reconocimiento del deseo es consecuencia de una falta, pero para que la falta se constituya, primero tiene que haber una completud de la que extraer algo para que esto quede faltante; sin dicha completud, sin dicho continente, la falta es más bien agujero succionador, que requiere de un trabajo permanente que nunca acaba, para parecer que uno es.

Trabajo hercúleo que impide centrarse en jugar con la falta que impulsa a vivir, ya que uno debe luchar por sostenerse entero, sin tiempo para jugar. [3] (3)

Sirvan esos dos ejemplos, Dalí y Elvis, junto con el de Winnicott, para pensar alrededor de la importancia de ese reconocimiento para constituir un sujeto que pueda, con la salida creativa como una especie de fuga hacia adelante, no hay que ser un genio para ello, encontrar un lugar en el mundo, que trascienda el lugar de la desmentida y el descrédito que la situación de no reconocimiento provocan y, en muchas ocasiones, el análisis puede repetir como estoy pretendiendo mostrar aquí.

Hay que volver a los inicios[4] (4) y salir de lo traumático.[5] (5)

¿De qué se trata entonces? Se trata pues de permitir que el sujeto pueda aunar su idea de sí con el sentimiento de ser apropiado, suficiente, de estar en concordancia consigo mismo y de adquirir la suficiente confianza, en lugar de la confusión y paralización que ese no reconocimiento y descrédito previo provocaron y pueden seguir provocando.

En términos de Winnicott se trata no de inflar el falso self, práctica de algunas terapias de reafirmación, sino de permitir que el verdadero self se sienta a salvo sin la excesiva necesidad de ser reactivo.

Los síntomas epocales

Lo síntomas juveniles hablan de su época y muestran con su dolor el dolor indecible de los que tienen que heredar un mundo que no les gusta.

Cuando se drogaban era un modo de escapar de un mundo que los constreñía, cuando dejaban de comer, de un mundo que los cuidaba en lo material olvidándose de otras cosas, ahora, con las autolesiones, muestran cómo van a ser ellos los que se dañen, en lugar de dejar que este mundo que les estamos dejando los atrape y lesione.

Una anorexia que mostraba el rechazo a un mundo falso, no es eso lo que quiero. Una autolesión que clama en el desierto por el daño hecho al mundo en la actualidad volviendo el daño contra sí mismo; una drogadicción que personifique nuestro modo adictivo de vivir.[6](6)

Suscribite gratis a nuestro Newsletter

¿Te gustaría recibir nuestros artículos y novedades? ¡Suscribite hoy mismo y recibí nuestras actualizaciones!

Editor

Yago Franco

yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar

Las opiniones vertidas en los artículos son de responsabilidad exclusiva de sus autores. Se permite la reproducción de los artículos citando la fuente.

N° ISSN 2545-8469

Revistas

Revista #49

Revista #48

Revista #47

Revista #46

Revista #45

Revista #44

Contacto

E-mail

contacto@elpsicoanalitico.com.ar

Publicidad

publicidad@elpsicoanalitico.com.ar

Redes sociales

  • Instagram
  • Facebook
  • Youtube
  • X Twitter

Copyright © 2025. El Psicoanalítico. Se permite la reproducción del contenido citando su origen.

Scroll al inicio