Marcos Vul
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El 11 de setiembre del 2001 se produce el ataque, por parte del secuestro de aviones comerciales a las Torres Gemelas en Nueva York. Al Pentágono en Washington y otro que resultó estrellado en Pensilvania, inaugurando una manera totalmente desconocida para ataques terroristas. Se producen en el territorio de EEUU por primera vez en la historia de ese País, dejando 3000 muertos y 25000 heridos.
Genera desde esa perspectiva, una conmoción mundial y cambios profundos e impactantes a nivel internacional, dando comienzo a la llamada, guerra contra el terrorismo, con invasiones a Afganistan e Irak, en el 2001 y 2003. Una profundización de la Islamofobia, con consecuencias políticas, sociales, económicas y culturales que conforman un nuevo orden y un surgimiento de “nuevas caras de derechas” globales, muy radicalizadas.
Estos movimientos son descriptos por Enzo Traverso, lúcido historiador italiano, como “posfascismos”, para diferenciarlos de los fascismos clásicos, por ejemplo, tal como los plantea Sigmund Ginzberg, periodista también considerado italiano, en su brillante trabajo, “Síndrome 1933”, haciendo referencia, a los meses previos al ascenso del nazismo y de Hitler al Poder y a la relación con este presente.
Nos trata, Ginzberg, de alertar sobre la fragilidad de las democracias liberales frente a la consolidación de los regímenes totalitarios.
Traverso nos dice en una entrevista con el periodista Regis Meyran, en su libro “Las nuevas caras de la derecha”, (actualizado en 2025) que “la crisis del establishment tradicional, del liberalismo clásico, de las fuerzas conservadoras o socialdemócratas, que acompañaron el capitalismo neoliberal hasta ahora es mucho mas profunda que antes”.
Los líderes considerados outsiders, como Meloni, Le Pen, Trump, Bolsonaro o Milei en Argentina, con todas sus diferencias, resultaron ser “pioneros” en captar el malestar, el enojo y la frustración de sectores cansados de los políticos “populistas o tradicionalmente liberales”, considerados como la “casta política”.
Proponen un modelo de una derecha radical, ultra neoliberal, ofreciéndose como una opción totalmente diferente que luchará contra la corrupción y el establecimiento de un mundo de libertad, y en contra de todo lo conocido, aunque luego se compruebe que solo será una fantasía de realización de deseos.
Sueños utópicos. Ilusiones quiméricas. Los gobiernos de esa ultraderecha, será muchísima mas corrupta, totalitaria, extremadamente cruel.
En realidad, vienen a defender los intereses de los que más tienen, abortando y destruyendo, (por lo menos, intentándolo) todos los derechos que la democracia, aun con sus errores, ha construido.
Siguiendo el pensamiento de Traverso, podríamos coincidir, en que son “democracias autoritarias” que preservan fachadas de democracias liberales sin destruir totalmente sus instituciones. Por eso lo denomina “posfascismo”, diferenciándolos de los fascismos tradicionales que eran o son, antidemocráticas y antiliberales.
Baste como ejemplo -a diferencia de esas “pequeñas tres manzanas que cambiaron el mundo”, (como dice un meme conocido) la de Eva, la de Newton y la de Steve Jobs-, la propuesta concretada, de Milei. Con la motosierra, metáfora, con la que graficaba su drástico plan económico, eliminando ministerios, reduciendo subsidios, achicando la estructura del Estado, de la salud, de la educación, de la investigación científica, generando un industricidio increíble.
Dolorosa y brutal manera de reducir el costo fiscal abruptamente y eliminar la inflación, solo posible, basada en una represión policial y militar, contra todas las formas de resistencia popular, ante la miseria y el hambre producida.
Lo que está pasando con la guerra entre Rusia y Ucrania, y en Medio Oriente, específicamente en Gaza, nos habla de esa reconfiguración política, económica, social y fundamentalmente cultural, del poderío de las nuevas, ultraderechas, y ese acercamiento insólito entre lideres, supuestamente opuestos, como Putin y Trump.
No podemos dejar de lado, en esta descripción, ese fenómeno intempestivo, inesperado, fuera de tiempo, que azotó, sin dar respiro, en el último quinquenio. La irrupción del COVID. Presentificando nuevamente a Albert Camus, como cuando escribía su maravilloso libro, “La peste”, pero no en Oran, sino en todo el mundo.
Ese libro, no fue solamente una novela, que representaba el absurdo, el absurdo del mal, sino que remarcaba mucho sobre un concepto central, la solidaridad y el fortalecimiento de la unidad con el mas castigado y padeciente.
A diferencia de lo que nos pasó en la pandemia, en aquel momento, fue fundamental, para nuestra salvación, el aislamiento y ese distanciamiento barbijeado. Hoy en día nos llegó el momento de sacarnos el “hiyab” como símbolo de sometimiento y hacer todo lo contrario, juntarnos, agruparnos, dar una mano al más necesitado, elevar nuestros reclamos. No aceptar los mandatos mansamente de estas nuevas derechas.
No olvidar jamas, nadie se salva solo.
No dejarnos avasallar, gritar por más Estado. Un Estado que indefectiblemente debe volver a ocupar un lugar prioritario, en la asistencia, con mejores planes de salud, educación, económicos y laborales que los que teníamos.
Este modelo autoritario y posfascista, nos ha sumido en condiciones muy pauperizantes, con derechos perdidos, sin acceso a las necesidades más elementales. De trabajo, de alimentación, de medicamentos, de educación. Cierre de empresas, fabricas, pymes. Salarios que no permiten llegar ni a mitad de mes, jubilaciones miserables. Incrementos de patologías inimaginables, crisis de ansiedad y angustia incontenibles, depresiones, separaciones y divorcios, aumentos de suicidios y violencia en general. Endeudamientos individuales y a nivel del País, imposibles de pagar por generaciones futuras y todo lo ya conocido.
Se ha reconfigurado de una manera inimaginable, un modelo, más que de vida, de subsistencia. Estas nuevas derechas han pateado el tablero y es necesario y obligatorio establecer nuevos paradigmas.
Hay una atracción muy fuerte, por lo menos en un sector cada vez más grande, de “viajar” hacia el pasado. Tratamos de evitarlo, pero inevitablemente regresa, parafraseando a Jorge Manrique en su Copla primera a la muerte de su padre:
Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte
tan callando
cuan presto se va el placer
cómo después de acordado
da dolor
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
La concepción de Manrique, reflexionando filosóficamente sobre la Vida y la Muerte, tiene un sentido religioso, ligado a las ideas de San Agustin, en el sentido de que la vida debería usarse para la ascensión al cielo.
Nosotros deberíamos afirmar que la Vida, hoy más que nunca, debemos usarla para la lucha y la solidaridad hacia el otro, para ascender y reconquistar los derechos y laureles que supimos conseguir.